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El capitán José Alonso Nart fue asesinado a machetazos en Langreo, después de 36 horas de combate, durante la Revolución de Octubre de 1934
La Revolución de Octubre de 1934 acaecida en Asturias vino acompañada de un sin fin de paradojas. En aquel levantamiento obrero pudo verse, por ejemplo, a Francisco Franco luchar por mantener el orden en nombre de una Segunda República que le tildaba de oficial fiable y leal. Pero, más allá de esos disparates, los cruentos enfrentamientos sucedidos en el norte dejaron también para el recuerdo decenas de combates entre las tropas leales al gobierno y los «revoltosos» (como se les llamó en la prensa); revolucionarios armados con escopetas, cartuchos de dinamita y hasta una veintena de cañones que robaron de una fábrica de armas local. Lo que está claro es que no fue un suceso menor, como demuestra el que el ABC de la época hablara de la «criminal sedición socialista».
En los combates en las calles asturianas, la Guardia de Asalto y la Guardia Civil se enfrentaron, codo con codo, a miles de enemigos. Determinados a apaciguar la revuelta y mantener el orden, fueron muchos los que murieron. Y entre ellos se encontró el capitán de la Benemérita José Alonso Nart. Oficial al mando del puesto del distrito de Sama (en Langreo, a unos 20 kilómetros de Oviedo), consiguió defender su posición junto a una treintena de compañeros de hasta 5.000 obreros armados. Treinta y seis horas después, cuando su fuerza había sido mermada de forma drástica, tocó a retirada e intentó evitar la debacle, pero fue atrapado por un grupo de exaltados y asesinado a cuchilladas. Su valentía fue premiada a la postre con la Cruz Laureada de San Fernando.
De Langreo al infierno
Poco conocida es la historia de nuestro protagonista. José Alonso Nart vino al mundo, tal y como explica el historiador militar José Luis Isabel Sánchez en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia , el 28 de septiembre de 1897 en la misma Sama que le vería morir. Dicen que de casta le viene al galgo, y algo parecido debió pasarle, pues su padre era comandante de la Guardia Civil. Con 16 años accedió a la Academia de Infantería de Toledo y, apenas tres años después, ascendió a segundo teniente y fue destinado en Oviedo. «Se le dio el mando de la sección de explosivos», desvela el experto. A partir de entonces su carrera fue fulgurante y sus ascensos recurrentes hasta que, en 1920, pasó a formar parte de la Guardia Civil.
Sus destinos le llevaron a conocer toda España. Segovia, Melilla, Oviedo y Vizcaya fueron solo algunas de las regiones por las que pasó. Así, hasta que dio con sus huesos en Langreo en 1934. Quizá en el peor momento, pues por entonces se fraguaba en Asturias una revuelta (amparada por el socialismo, el anarquismo y los sindicatos) que buscaba tomar el poder por las armas y acabar con el gobierno de concentración formado por el partido de Alejandro Lerroux y la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA, considerada por el PSOE más reaccionario como la extrema derecha de la época). El 4 de octubre de ese mismo año aquel cóctel de tensión estalló con una huelga general que, si bien no cuajó en la mayor parte de España, provocó una verdadera guerra en el norte.
«Lo de Asturias fue un golpe muy duro para la República aunque gobernara una coalición de centro-derecha. Fue un gran golpe, una insurrección armada frente a un gobierno legal y legítimo. ¿Por qué no se podía montar una concentración si antes los había habido? Es una de las páginas más tristes dentro del socialismo español. Y de las que muchos se arrepintieron. Fue un punto de ruptura porque lo hizo una fuerza que había tomado parte en la construcción de la República. Una fuerza fundadora de una República que, constitucional e institucionalmente, tenía un sesgo bastante izquierdista. Levantarte contra el marco institucional que has creado es una verdadera contradicción. Y eso tuvo consecuencias: radicalizó al PSOE y a sus adversarios y abrió la puerta a los radicales de la extrema derecha (los falangistas, que odiaban a la CEDA porque jugaban al juego democrático y reforzaban a la República)», explica a ABC Fernando del Rey, historiador y autor de « Retaguardia Roja » (Galaxia Gutenberg, 2019).
Defensa desesperada
El 4 de octubre de 1934, cuando los obreros salieron a las calles para acabar con los puestos de las tropas gubernamentales, Nart se encontraba en el cuartel de la Guardia Civil de Sama. El historiador Agustín M. Pulido Pérez explica en «La Segunda República y la Guardia Civil: Una historia de violencia y desconfianza» que «recorría el edificio impartiendo órdenes a los defensores para intentar ofrecer una defensa adecuada ante el previsible ataque revolucionario». No le faltaba razón. Los obreros no tardaron en rodear el acuartelamiento y en arrojar dinamita sobre ellos. «La compañía contaba con un oficial, tres suboficiales y treinta y seis guardias», añade Isabel. A estos primeros asaltantes se sumaron más y más a lo largo de la jornada hasta llegar a los 5.000.
La presión se hizo asfixiante para los defensores: gritos, atronadores explosiones y, por descontado, la continua lluvia de disparos. Quizá por ello, y durante las primeras horas, Nart ordenó al teniente Juan Llobera que intentara salir con un pequeño grupo de guardias civiles a las afueras del cuartel para extender las líneas y no ceñirse a aquella ratonera. No sirvió de nada. Cinco de sus hombres fueron heridos y la patrulla se vio obligada a volver al refugio. Estaban rodeados por todos sus flancos pero, a pesar de ello, el capitán se negó a capitular cuando fue exhortado a ello por el jefe de los revolucionarios. Como si de una cruel respuesta se tratase, en las siguientes horas los cartuchos de dinamita resonaron sobre el tejado como una tormenta.
La mañana del día 5 fue la más dura para los defensores. Desesperado, Nart ordenó al subteniente Benjamín Suárez que conquistara un edificio cercano para relajar la presión a la que eran sometidos. De nuevo fue un fiasco y, aunque los guardias civiles lograron su objetivo, se vieron obligados a abandonar la posición poco después. En palabras de Pulido, los disparos continuaron hasta que, a eso de las cuatro de la tarde, el líder de los obreros se puso en contacto con el capitán: si no abandonaba la resistencia, volarían el edificio. También le ofreció la posibilidad de que las mujeres y los niños salieran sin peligro de allí. «Nart se negaba rotundamente a entregar su compañía, pero permitió la salida de las familias de los guardias civiles a través de un boquete abierto en una de las paredes», señala el experto.
A las cinco comenzó de nuevo el tronar de los fusiles y de los inagotables cartuchos de dinamita (robados, estos últimos, de los polvorines de las minas). También empezó a orquestarse un plan para destruir de un solo golpe la casa cuartel como si de un castillo medieval se tratase. «Los avezados mineros utilizaron edificios cercanos para hacer zapas e intentar volar el cuartel», añade. En mitad de la noche, las cargas se activaron, las plantas superiores quedaron inaccesibles y los muros se convirtieron en un colador. Nart entendió entonces que solo había una posibilidad... salir de allí antes de que los revolucionarios asaltaran el puesto. Su destino sería un bosque cercano y, luego, Oviedo.
Escapar a tiros
Cuando el calendario marcaba ya el día 6 de octubre de 1934, y al amparo de la noche, comenzaron la retirada. Así narró ABC este suceso en su edición del 23 de octubre: «Dicen que éste, al verse asediado por las fuerzas de los revolucionarios, cogió un montón de bombas en el brazo y fue arrojándolas contra los rebeldes hasta abrirse paso». Isabel y Pulido coinciden, aunque el segundo añade que los miembros de la Guardia Civil se dirigieron en dos grupos hacia un puente cercano donde, para su sorpresa, estaban apostados los revolucionarios. El primero, acorralado, se rindió. Pero no se hacían prisioneros y todos sus miembros fueron ejecutados allí mismo. El segundo, en el que se encontraba el capitán, cambió de dirección y trató de dirigirse, como explicó este diario, hacia el cercano distrito La Felguera. Para entonces Nart ya había sido herido de gravedad.
«Allí se refugió con dos guardias civiles y un guardia de asalto en una corrala de madera, donde al entrar le hicieron descargas nutridas, cayendo mortalmente herido. Sin embargo, llegaron hasta él y le acuchillaron en el suelo, llevándose las prendas que tenía, incluso las medallas, escapularios y alhajas; todo lo que el capitán, que era hombre de acendradas ideas religiosas, llevaba sobre sí», añadía el diario ABC. Su ordenanza fue asesinado también a cuchilladas y el resto acabaron sus días ajusticiados junto a una escombrera. Así terminó un conflicto que se había extendido durante un día y medio. «Nart, capitán de la Guardia Civil, jefe del puesto de Sama de Langreo, que defendió durante treinta y seis horas, hasta que agotadas las municiones cayó gravemente herido y fue rematado con saña», explicaba este periódico bajo una imagen del oficial.
La actuación de Nart hizo que, cuando se acabó con la revolución, la Guardia Civil se esforzara en atrapar a sus asesinos. El 11 de noviembre de 1934, apenas dos semanas después, el ABC hizo público que ya se conocían los nombres de sus verdugos: «Se atribuye extraordinaria importancia a la detención de un individuo llamado Manuel Suárez Puerta, el La Felguera, acusado de haber participado en la muerte […]. La Guardia Civil y la Policía parece que conocen ya los nombres de los cinco revolucionarios que remataron al capitán señor Nart». En la misma noticia se hacía referencia a que «una mujer dio aviso a los revolucionarios de donde estaba refugiado el señor Nart, cuando en la huida intentaba salir al monte para librarse de los que le cercaban».
El 5 de enero el ABC informó de que, al fin, se había detenido al «presunto autor del asesinato, en Asturias, del capitán de la Guardia Civil, señor Alonso Nart». Según rezaba en el artículo, el acusado (uno de los que podrían haber perpetrado el crimen) era José Gutiérrez Fernández, alias «Pepón el de la capa». «La caputra se llevó a efecto en virtud de informes transmitidos por la Benemérita que actúa en la región asturiana y que envió la fotografía del que se acababa de detener». Poca información más puede hallarse en este diario de Nart en las semanas siguientes. Aunque, el 5 de junio de 1935, se hizo público que se había abierto «expediente de concesión de la Laureada al capitán de la Guardia Civil, señor Alonso Nart». La misma medalla que le fue concedida de forma póstuma.
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